Tras la guerra incivil emitió el Banco de España nuevos billetes y monedas con la misma unidad anterior, la peseta. El papel empezaba en la peseta, cinco, veinticinco, cincuenta, cien, quinientas y mil, siendo fraccionarias una moneda de ese valor de color dorado llamada peseta rubia, por debajo estaba la de cincuenta, veinticinco, diez y cinco céntimos. Naturalmente el saber popular rebautizó estas monedas y a la de veinticinco céntimos la llamó real, a la de cincuenta dos reales, a la de diez perro gordo y a la de cinco perra chica. La moneda de un real tuvo una corta vida perdurando la del doble, distinguibles ambas por ser de níquel y con un agujero en el centro.
En aquellos años de posguerra en la llamada calle Cartagena, nominada posteriormente como General Aznar y en su número 65, frente a la conocidísima Fonda Mariquita abrió una pequeña tienda dividida en dos, pues tenía un propietario totanero y otro murciano, en la que se vendían caramelos y otras baratijas la mayoría de las cuales tenía un valor de diez céntimos, razón por la que el pueblo la rebautizó con el nombre de la Tienda del Perro Gordo.
De los dos componentes del establecimiento, el murciano quiso regresar y ambos decidieron traspasar la tienda haciéndose cargo de ella los hermanos Juan y Fina Romero Corbalán, que fueron ampliando contenidos de la misma dando una mejor oferta.
Lo curioso del caso es que a la tienda siguieron llamándola el Perro Gordo y a la familia de los nuevos propietarios les encasquetaron como apodo el apelativo de la mercantil, razón por la que la gente no dice que va a la tienda de los hermanos Romero, sino al Perro Gordo, demostrando así una vez más que es la gente y su voluntad la que coloca los nombres tanto a una plaza como moteja a las personas.
Posteriormente, hace unos veintiocho años y ya con los hijos de Juan en edad de ayudar en el negocio, que complementaban con la venta de juguetes en los mercados semanales de la provincia y algunos de la cercana provincia de Almería, decidieron comprar unos locales en un edificio de nueva construcción en la calle Salvador Aledo.
El local es amplio y ese negocio en manos de una familia ambiciosa de trabajo se amplió dando cabida a otros elementos de venta como papelería, librería, juguetería, productos de limpieza y casi todo lo imaginable. Probablemente en esa tienda sea más fácil determinar qué no venden, pues suelen tener todo lo imaginable y algo más.
Tras la muerte de Juan Romero continuaron el negocio su hermana Fina y sus hijos Juan, Isabel y Francisco, habiéndose jubilado recientemente Fina, si bien suele acudir como entretenimiento a la tienda, probablemente por su inveterada costumbre.
Es un lugar agradable donde comprar, con la atención agradable de esta familia tan trabajadora y conocedora de su clientela a la que siguen atendiendo como si de familia se tratara.
Juan Ruiz García